Vivía una tejedora
dedicada a su
pasión:
tejía días y horas
sin descanso o
dilación.
Cada retal era una
historia,
cada hilo una
canción
que unía sin
demora
las tramas de la
acción.
Todas aquellas
historias
salían de su
corazón;
y le preguntaba, observadora,
su hija con
emoción:
- ¿Qué cuento, qué
memoria
tejes madre en esta
ocasión?
- "La princesa y el erlino" toca
ahora,
escucha con atención.
Esta historia ocurrió hace mucho
tiempo, en el sur de las seis Terrae, en algún lugar de la que hoy es la
próspera Terra Ager, tierra de cereales en las grandes llanuras, de vides en
las colinas, de frutales en húmedas praderas y miles de artesanos en cada
esquina de Nubes Agri, el mayor mercado del mundo.
En uno de aquellos campos tenía la
fortuna de trabajar un joven erlino muy apuesto, laborioso, inteligente y
soñador al que la suerte parecía no haberle sonreído en la vida, pues ocupaba
una posición social algo baja, empeorada por el hecho de ser joven varón,
soltero y huérfano de madre. Aun así, su espíritu inquieto y su curiosidad por
el porvenir le mantenían alegre, risueño y hambriento de aventuras, amor y
emoción, a pesar de vivir en una época en la que el mundo parecía no guardar un
sitio para él.
Muchas eran las jóvenes –y no tan
jóvenes- erlinas que trataron de conquistarle, pues a pesar de su condición el
muchacho era muy agradable tanto a la vista como en el trato. Sin embargo, él
soñaba con algo más que los halagos amables y cortejos corteses cuyas
atenciones parecían soplar en su dirección; él soñaba con miradas robadas de
fuego, con correr entre los campos de maíz, con aprender a volar con los pies
en el suelo, con besos de papel y tinta, con atrapar las estrellas con una red
en el río, con cantar las canciones de los bosques y que la idea de una
despedida arrancase el aliento de su pulmón...
Ocurrió que, por aquél tiempo, los
erlinos volvimos a centrar nuestras miradas en otros mundos, observando
nuevamente todo aquello que llevábamos milenios observando, renovando las
promesas de paz con aquellos pueblos con los que estábamos en paz y
manteniéndonos aún más alejados y ocultos de aquellos que nos deseaban algún mal.
Uno de estos mundos, con el cual
mantuvimos una buena relación durante siglos, es al que nosotros llamamos Gea,
en la órbita de Helios, habitado por humanos
que aún hoy llaman al planeta Tierra
y a la estrella Sol. Este planeta
supuso una diferencia frente a los demás: Su gente aún estaba demasiado
atrasada con respecto a nosotros, hasta el punto de no formar una sociedad
unificada o generalizada ni haber llegado todos ellos a conocer ni la mitad de
las tierras que les rodeaban.
Además, una de sus más grandes
civilizaciones del momento, la asentada en La
Tierra entre Ríos, acababa de sufrir una gran inundación catastrófica en su
territorio –a la que denominarían El Gran
Diluvio- y que arrasó todo aquello que habían construido y lo ahogó en sus
aguas.
Una vez amainadas las lluvias, los
supervivientes se asentaron de nuevo en el centro del valle y erigieron una
nueva ciudad a la que llamaron Kish, desde la cual su gobernante, el rey, administraría sus dominios. Fue
entonces que los emisarios erlinos le hicieron llegar al rey nuestro mensaje de paz junto con nuestra admiración hacia su
raza, por su capacidad de pervivencia y superación frente a la adversidad.
Por esta razón, nuestros gobernantes
propusieron a aquellos humanos la posibilidad de que una princesa humana
visitase nuestro mundo, para afianzar las relaciones diplomáticas entre ambas
razas. Los humanos insistían en que debía ser un príncipe, pues su sociedad era
patriarcal, pero las jerarquías matriarcales de Erlia estaban aún muy
afianzadas. Finalmente, el rey permitió a su única hija marchar, con la
esperanza de que algún gobernante erlino la tomase por esposa y así unir sus
pueblos.
Pero quiso el azar que, a su paso
por Terra Ager, la princesa conociese a nuestro apuesto joven erlino por
casualidad y ambos se enamorasen irremediablemente, como si aquél destino
hubiese estado escrito en las estrellas. Muchos intentaron separarlos. Muchos
intentaron disuadirlos. Muchos intentaron herirlos y difamarlos. Pero a pesar
de todo, el rey de Kish no creía deber anteponerse o enfrentarse a un erlino y
los erlinos, por su ley, no podían anteponerse o enfrentarse abiertamente a la
elección libre y consciente de una mujer.
A pesar de todas las dificultades,
las dudas y los miedos, la princesa y el erlino decidieron unirse en casamiento
y se dice que él, tomando las manos de ella, las posó sobre su corazón y,
mirándola a los ojos, le dijo: “Aunque
nuestros actos nos cuesten la vida, siempre fuimos y seremos uno”. En ese
momento sellando su amor con un beso, un rayo de Pronto les iluminó y sus
esencias se entremezclaron: Sus ojos se volvieron de una tonalidad intermedia
entre la de ambos, la piel de él adquirió la capacidad de aclararse y
oscurecerse según la exposición a la luz y ella desarrolló la capacidad
cerebral superior de un erlino.
Todos ellos, erlinos y humanos,
interpretaron esto como un designio divino: los erlinos como una señal de Alma
y los humanos como una bendición nuestra, pues nos consideraban cercanos a sus
dioses. La princesa y el erlino vivieron felices el resto de sus días en Gea y,
según cuentan, uno de sus hijos acabaría gobernando.