martes, 23 de diciembre de 2014

Hagamos vida


Qué es este acelere.

Qué es esta movida.

¿Por qué tanto hacer cosas

que luego se olvidan,

se rompen, se mueren

y a nadie le importa?

Señores, por favor, despierten.

Aquí tienen una torta,

un aviso o sacudida,

un enorme cubo de agua fría;

Pero, por favor, despierten

y dejen ya de hacer cosas...

Señores: Hagamos vida.



lunes, 15 de diciembre de 2014

Sobrevolando el infierno - Capítulo XV: Lo siento muchísimo

     Bennu abrió los ojos y vio la luz. Vio el suelo y las paredes blancas. Vio las nubes de humo. Vio la silla en la que estaba sentada.
     Abrió los ojos y vio cosas que no había visto nunca. Se vio a sí misma a la vez que veía a través de sus propios ojos. Vio un lugar tranquilo que no inspiraba tranquilidad. Vio su presente y su pasado. Vio trazos de sus posibles futuros ya descartados. Lo vio todo y cerró los ojos para no ver nada.
     “¿Qué hago aquí?” Se preguntó angustiada y con ganas de llorar.
     - Una buena pregunta para comenzar, mamá. -Dijo una voz detrás de ella.
     Bennu abrió los ojos de golpe y se dio la vuelta al reconocer la voz. Un chico alto, de pelo moreno, piel pálida y ojos castaños muy claros con mirada curiosa la miraba al otro lado de una sala a la vez pequeña e infinita.
     - ¡Mateo! -gritó Bennu con alegría y casi desesperación.
     Se levantó rápidamente, echó a correr y se abalanzó sobre él con intención de abrazarlo. Cerró los ojos instintivamente por la emoción y, cuando ya creía haber rodeado a su hijo por completo, volvió a abrirlos al no notar nada entre sus brazos. Mateo había desaparecido.
     - Lo siento mamá... pero ya no se nos permite tocarnos. -Volvió a decir su hijo tras ella.
     Bennu se volvió a dar la vuelta y lo vio en el lugar que había ocupado su silla. Ahora había dos, una frente a otra, y Mateo se disponía a sentarse en una. Bennu, apenada, tomó asiento en la otra.
     - ¿Qué sentido tiene que esté en este lugar tan extraño si ni siquiera puedo abrazarte? -Susurró casi sin voz- ¿Acaso yo también he muerto?
     - No... simplemente quería pedirte perdón. -Dijo Mateo agachando la cabeza.- Lo siento... lo siento muchísimo.
     - No. -Dijo Bennu con los ojos brillantes- Soy yo quien lo siente... debí pasar más tiempo contigo... prácticamente te dejé solo...
     - Si, eso es cierto. Pero yo me comporté como un imbécil. Nunca tendría que haberme marchado de nuevo.
     - ¿De nuevo? -Preguntó Bennu intrigada.
     - Si. Cuando me marché el viernes dormí fuera de casa, pero volví al día siguiente. Al entrar sigilosamente en casa dispuesto a hacer las paces te oí hablando por teléfono con la policía en la cocina y me enfadé... y me marché de nuevo.
     - ¿Te enfadaste? ¿Por qué? -Dijo Bennu al borde de las lágrimas.
     - Me sentía un poco como si me tratases igual que un niño. Al fin y al cabo, en el fondo, nuestras discusiones iban siempre de eso.
     - Eso no es cierto, cariño. A mí lo único que me preocupaba era que anduvieses con toda esa gente que me parecía peligrosa.
     - Si, a eso me refiero mamá. Tú nunca me explicaste las razones de por qué te parecieran peligrosos, ni por qué no te gustaba que volviese solo de noche, ni por qué no querías que fuese a ciertos sitios ni que hiciese ciertas cosas. Nunca me diste razones, sólo me decías que lo hiciera. Me lo ordenabas. A mis ojos simplemente me tratabas como un niño y me cortabas las alas.
     - Si, en eso supongo que tienes razón. Nunca pensé en que pudieras tomártelo así. Lo siento, hijo. Es difícil actuar como una madre cuando nadie te ha enseñado a serlo. Lo siento y lo sentiré toda mi vida. Nunca podré perdonarme el haberte perdido... -dijo Bennu mientras su voz se apagaba progresivamente y las lágrimas inundaban sus mejillas.
     - Mamá... -Dijo Mateo alargando la mano instintivamente en su dirección.
     Cuando se dio cuenta y recordó que no podía intentar tocarla, retiró la mano y agachó la cabeza de nuevo cerrando los ojos. Si ya le dolía haberle hecho tanto daño a su madre al abandonarla, más le dolía aún que le pidiese perdón en esas condiciones cuando la culpa era sólo suya. Había sido un imbécil. Se había pasado sus últimos años de vida preocupándose por que le tratasen como el adulto que quería ser y, al hacerlo, había reaccionado de forma infantil e inmadura absolutamente en todo. Menuda paradoja. Había actuado como un niño pequeño que pone cara de seria determinación mientras les pide a sus padres algo que considera importante y después se pone a llorar, patalear y romper cosas cuando no consigue lo que quería.
     Había soñado el mundo, había sido rechazado por su entorno, había tratado de vivirlo todo a su manera cuando le negaron vivir como los demás. Había tratado de tocar el cielo... su cielo. Pero se dio cuenta demasiado tarde de que, a veces, cuando tratamos de tocar el cielo, nos olvidamos de mantener igualmente los pies en la tierra.
     Por tratar de buscar su camino rechazando la ayuda de los que más le querían, se perdió solo en la oscuridad. Le hacía daño a su madre, se hacía daño a si mismo... pero no quería darse cuenta. Se sentía solo y abandonado. Un simple huérfano desprotegido. Un joven inteligente y demasiado bueno... destinado al rechazo. Sintió la necesidad de buscar su sitio en el mundo y creyó encontrarlo. Pero nunca nada es lo que parece.
     - Mamá... -volvió a susurrar, pero esta vez sin ademán de tocarla.
     Bennu alzó la cabeza y le miró con preocupación. En sus ojos aún brillaban la desesperación, el dolor y la pena.
     - Mamá. -Repitió Mateo tragando saliva- Estoy seguro de que no te parecerá bien y que tardarás en comprenderlo, pero necesito que me prometas algo...
     - Claro. Por supuesto que sí. Dime qué quieres. -Dijo ella a toda prisa sin pensar.
     - Necesito que me prometas que nunca más volverás a sentirte culpable, que no te atormentarás más y que mirarás siempre hacia el futuro con ilusión y con la determinación que siempre admiré de ti. Yo soy y siempre seré el único culpable. Fui yo quién se equivocó y he sido yo quien ha pagado las consecuencias. Por favor, no cargues tú con todo...
     Bennu se quedó pensativa, se secó las lágrimas de los ojos y la cara y dijo:
     - Puedo prometerte que seguiré adelante, puedo prometerte que no me atormentaré ni me vendré abajo, incluso puedo prometerte que no sentiré que soy la única culpable. Pero no voy a poder dejar de sentirlo...
     - Pero...
     - No. Déjame terminar. -Le cortó Bennu- No me culparé, pero tampoco podré dejar de sentir haberte sobreprotegido por miedo y, a la vez, haber dejado que te sintieses tan sólo. Además, no es justo que cargues tú con toda la culpa. Ambos hemos sido partícipes y culpables de esta desgracia. No me vendré abajo, pero no me pidas que lo olvide...
     - Mamá... -dijo Mateo con una sonrisa asomando en la comisura de sus labios- ¿por qué siempre que te pones seria acabas hablando como un político melodramático?
     - ¿Cómo un...qué? -preguntó Bennu desconcertada de repente.
     - Es igual. El caso es que la promesa me vale...y me alegro de haberte visto. Espero que no te duela mucho la cabeza hoy, entre la borrachera que llevabas y el golpe que te has metido... -añadió él tratando de no reírse mientras se levantaba de la silla.
     - Espera, ¿dónde vas? –inquirió ella al darse cuenta de que se marchaba.
     - A un sitio al que espero que tardes mucho en ir. –contestó el chico volviendo la cabeza hacia ella- Buenas noches, mamá. O buenos días...
     Y tras esta última despedida, su niño -quien tras su muerte acababa de  demostrar no ser tan niño- desapareció entre la densa niebla de la misma forma tan extraña en que había aparecido. Bennu, por su parte, se quedó mirando con melancolía a un punto fijo de la pared hasta que empezó a entrarle sueño y comenzó a cerrar los ojos... Pero no quería dormirse.
     Sacudió la cabeza y abrió los párpados, pero la habitación estaba oscura. Ya no estaba sentada en una silla, sino tumbada en una cama...una cama que no era suya, en una habitación que no era la suya, con un pijama que no era el suyo y rodeada de cosas que no eran suyas.
     De repente se abrió una puerta.

     - Oh vaya... ¿ya has despertado, dormilona? -dijo Li con dos tazas de café enormes en las manos- ya era hora, has dormido desde ayer casi... ¡unas veinte horas!