La
puerta de la oxidada verja chirrió al abrirse, delatando su presencia y su
llegada. La luz de la única farola del callejón que acababa de dejar a su
espalda, titiló una última vez antes de apagarse con un pequeño zumbido. Los
ojos de un gato callejero brillaron un instante, hasta que el astuto animal
decidió que lo más sensato era largarse, dejando tras de sí tan sólo el eco de
un bufido.
Él, continuó su camino sonriendo para sus
adentros, pensando en el felino, en su mirada inquisiva y calculadora, en la
tensión que se apreciaba por su postura, en sus orejas tiesas, en sus garras y
dientes listos para atacar, en su renuncia y su rápida marcha tras tomar la
mejor decisión posible... en que no había sido el único en intentar huir de él
aquella noche. Apretó una vez más el puño de su mano izquierda, que aún
sostenía la navaja ensangrentada, y volvió a sonreír. Sí, había sido una gran
noche.
Entró en la vieja y destartalada fábrica
abandonada. El putrefacto olor a vinagre rancio y roedores muertos se podía
mascar en el aire, y el polvo y la suciedad, acumulados en el suelo durante
años, revolotearon entre sus pies a cada paso. No se molestó en seguir
intentando ser silencioso, sabía que alguien esperaba su visita.
- Llegas tarde -dijo una voz desde las
sombras.
- Lo bueno se hace esperar.
- Lo bueno se hace esperar.
- Espero, al menos, que hayas cumplido...
- Por supuesto, sin fisuras. Nuestro
querido amigo está dónde y cómo se merece... ahora te toca a ti.
El misterioso hombre se acercó y clavó su
mirada en el primero.
- Lo sé. Cumpliré mi parte, puedes estar
seguro -dijo.
-
Más te vale, no me falles -le respondió el primero dándose la vuelta y
alejándose de allí.
El segundo hombre le observó avanzar hacia
la puerta con el aire resuelto y orgulloso de alguien que se vanagloria de un
trabajo bien hecho. En ese momento, se preguntó si realmente sería cierto, si
ese trabajo había sido tan perfecto. “Sin fisuras”, había dicho. Siendo así,
podía estar tranquilo, su parte sería un juego de niños.
<<No hay nada ni nadie que el dinero no
pueda comprar>> pensó riendo para sus adentros mientras su compañero abandonaba
la fabrica sin despedirse ni mirar atrás.
El callejón seguía envuelto en una
oscuridad impenetrable, ayudado por la fría noche. No se oía más que la quietud
acechante del silencio hostil pero, el visitante, guardando por fin su navaja
en el bolsillo del pantalón, se adentró igualmente en la callejuela sin ningún
temor. Él, al igual que los gatos, también sabía desenvolverse entre las
sombras.