miércoles, 31 de julio de 2013

Sobrevolando el infierno - Capítulo III: Cumpliré mi parte.

     La puerta de la oxidada verja chirrió al abrirse, delatando su presencia y su llegada. La luz de la única farola del callejón que acababa de dejar a su espalda, titiló una última vez antes de apagarse con un pequeño zumbido. Los ojos de un gato callejero brillaron un instante, hasta que el astuto animal decidió que lo más sensato era largarse, dejando tras de sí tan sólo el eco de un bufido. 
     Él, continuó su camino sonriendo para sus adentros, pensando en el felino, en su mirada inquisiva y calculadora, en la tensión que se apreciaba por su postura, en sus orejas tiesas, en sus garras y dientes listos para atacar, en su renuncia y su rápida marcha tras tomar la mejor decisión posible... en que no había sido el único en intentar huir de él aquella noche. Apretó una vez más el puño de su mano izquierda, que aún sostenía la navaja ensangrentada, y volvió a sonreír. Sí, había sido una gran noche. 
     Entró en la vieja y destartalada fábrica abandonada. El putrefacto olor a vinagre rancio y roedores muertos se podía mascar en el aire, y el polvo y la suciedad, acumulados en el suelo durante años, revolotearon entre sus pies a cada paso. No se molestó en seguir intentando ser silencioso, sabía que alguien esperaba su visita. 
     - Llegas tarde -dijo una voz desde las sombras.      
     - Lo bueno se hace esperar. 
     - Espero, al menos, que hayas cumplido... 
    - Por supuesto, sin fisuras. Nuestro querido amigo está dónde y cómo se merece... ahora te toca a ti. 
     El misterioso hombre se acercó y clavó su mirada en el primero. 
     - Lo sé. Cumpliré mi parte, puedes estar seguro -dijo. 
     - Más te vale, no me falles -le respondió el primero dándose la vuelta y alejándose de allí. 
     El segundo hombre le observó avanzar hacia la puerta con el aire resuelto y orgulloso de alguien que se vanagloria de un trabajo bien hecho. En ese momento, se preguntó si realmente sería cierto, si ese trabajo había sido tan perfecto. “Sin fisuras”, había dicho. Siendo así, podía estar tranquilo, su parte sería un juego de niños. 
     <<No hay nada ni nadie que el dinero no pueda comprar>> pensó riendo para sus adentros mientras su compañero abandonaba la fabrica sin despedirse ni mirar atrás. 
   

     El callejón seguía envuelto en una oscuridad impenetrable, ayudado por la fría noche. No se oía más que la quietud acechante del silencio hostil pero, el visitante, guardando por fin su navaja en el bolsillo del pantalón, se adentró igualmente en la callejuela sin ningún temor. Él, al igual que los gatos, también sabía desenvolverse entre las sombras.



No hay comentarios:

Publicar un comentario