miércoles, 18 de diciembre de 2013

Sobrevolando el infierno - Capítulo XII: El robo

     La vieja fábrica seguía tan abandonada y mugrienta como la última vez, pero algo había cambiado: Esa tarde, no había llegado con retraso; esa tarde le tocaba esperar.
     En una esquina un tanto sombría y de espaldas a la puerta, esperaba a su compañero. Le hubiese gustado mostrar su impaciencia zapateando con el pie en el suelo, pero no quería arriesgarse a ser descubierto por algún curioso no deseado que pudiese pasar por allí. Ni siquiera pensaba permitirse el lujo de respirar demasiado fuerte.
     Nadie, absolutamente nadie, le habría descubierto en aquél rincón de no haber sabido de antemano que se encontraba allí.
     Su compañero se adentró deprisa y sin vacilar. Tras asegurarse de que no había nadie por la zona, se dirigió directamente hacia él y se detuvo a escasos metros en silencio.
     El primero se dio la vuelta lentamente, clavó sus ojos verdes en los del otro y le interrogó con una mirada inquisitiva, suspicaz y un tanto irónica.
     - Está hecho. -Sentenció su compañero con voz solemne.- La verdad es que no ha sido nada difícil. Ahora vuelve a tocarte a ti. Espero de esta vez un trabajo un poco más limpio por tratarse de algo más delicado...
     - ...en el que cualquier error nos dejaría al descubierto. -Completó él en un susurro aterciopelado.- Lo sé. Me lo has dicho un millón de veces.
     - Pues entonces creo que no debería hacer falta que te lo recuerde tan a menudo. –Le espetó el recién llegado con cierta dureza.
     - Déjame actuar a mí. Sé lo que hago. Al fin y al cabo, soy yo el que limpia los trapos sucios. –Respondió el de ojos verdes, manteniendo calma sin esfuerzo.- Es muy fácil hablar cómodamente sentado en el despacho de papá...
     - ¡Cállate! –Explotó el segundo.- Si no fuese por esa tapadera tú y yo ya estaríamos muertos y enterrados, ¿me oyes? Gracias a eso tenemos todas las coartadas posibles, buenos contactos y esta vieja ruina abandonada, entre otras cosas. No podemos permitirnos ningún fallo. Ahora no.
     - Lo sé. Por eso he estado dándole vueltas a una cosa. Acerca de esta fábrica. No podemos volver. Y menos de día. Empieza a ser sospechoso.
     - Puede. Pero déjame eso a mí. Yo me encargo. Limítate a cumplir cuanto antes el próximo paso. A poder ser, hoy mismo.
     Y sin conceder más menciones ni oportunidades de responder, su compañero dio media vuelta y se marchó rápidamente con aires un tanto ofendidos.
     <<Niños de papá...no puedes ni soplarles sin que les parezca mal. Aún no me explico cómo he acabado con alguien así. Si no fuese porque sé que me conviene, hace años que me habría deshecho de él. Al fin y al cabo, antes me las arreglaba yo solo...>>
     <<Pero ahora no. Le necesito tanto como él a mí. Por mucho que a ambos nos desagrade cada vez más la idea. Maldito dinero...>>

*          *          *

     El centro se encontraba silencioso y en calma. Como de costumbre.
     Aparcó delante de la puerta y se abrochó hasta arriba su larga gabardina negra antes de salir del coche. Como de costumbre.
     Se acercó despacio a la puerta y mostró su identificación al guardia de la entrada. Como de costumbre.
      En cuanto le dejaron pasar, se adentró por el primero de los pasillos que encontró sin molestarse en disimular su sonrisa. Le encantaba la elevada posición social que en aquel entonces poseía. Prácticamente ninguna otra condición o posición laboral le hubiese permitido acceder a aquél lugar con tanta libertad.
     Dando un gran rodeo, para no levantar sospechas frente a los pocos vigilantes que guardaban un edificio tan grande, se coló finalmente en la sala que buscaba, agradeciendo que aquello fuese tan antiguo y tan poco interesante que a nadie se le hubiese ocurrido colocar cámaras de seguridad.      
     Además, con la cantidad de problemas de los últimos meses, el escaso personal estaba tan cargado de trabajo que, si no fuese por el registro de entrada, nadie tendría por qué saber que había estado allí.
     Echó un vistazo rápido al desierto pasillo antes de cerrar la puerta de la Sala 5 con el menor ruido posible. Poniéndose unos guantes de látex, se acercó a unas grandes cámaras cerradas herméticamente, localizó la que le interesaba, sacó de su bolsillo una pegatina adhesiva de colores y la pegó en la puerta para asegurarse de encontrarla rápido.
     Al volver al pasillo, se aseguró de dejar entreabierta la salida de emergencia más cercana.
     Tras todo esto, el primer paso de la parte más difícil quedaba hecha... ya sólo faltaba acercarse a saludar al director general, la coartada perfecta. Al fin y al cabo su trabajo consistía en parte en preocuparse de todo lo que allí acontecía. ¿Quién iba a sospechar?

*          *          *

     El centro continuaba silencioso y en calma.
     Las luces y las cámaras exteriores estaban apagadas.
     La noche había llegado, anunciando a los trabajadores la hora de volver a casa, la hora de dejar el recinto vacío a excepción de un único vigilante nocturno.
     Ilusos...se lo habían puesto demasiado fácil. Tanto, que la facilidad constituía una auténtica tentación de dejarles un regalito. Una marca, una seña...una burla a su confianza en sí mismos. Pero le había prometido a su compañero que haría un trabajo limpio. Al fin y al cabo, sólo era eso: trabajo. Lo mejor sería terminar cuanto antes sin dejar rastro alguno.
      Volvió a colocarse los guantes y salió del coche. Esta vez había aparcado al otro extremo de un descampado cercano, tras varios montones de chatarra, después de haber conducido hasta allí sin luces.
     Caminó sigiloso como el gato que en parte era, hasta llegar al gran edificio. La vestimenta negra que le había acompañado gran parte del día y la ausencia de farolas hicieron el resto.
     Se pegó a la pared de la parte de atrás, tratando de alejarse de las ventanas, y escudriñó entre las sombras hasta dar con el lugar exacto en el que se encontraba la puerta de emergencia que él mismo había dejado abierta. Tras escuchar atentamente y asegurarse de que el vigilante no andaba cerca, entró y se dirigió directamente a la Sala 5.
     Abrió la puerta marcada con la pegatina, sacó de malos modos una bolsa negra enorme que había en su interior y cerró. Abrió la bolsa para asegurarse y miró con desprecio el contenido en su interior.
     - Vaya, parece que volvemos a vernos, aunque esta vez no por mucho tiempo... -Susurró mientras cerraba la bolsa de nuevo.
     No sin esfuerzo, cargó la bolsa helada sobre su espalda, retiró la pegatina, se aseguró de no haber dejado huellas y se esfumó de aquel lugar dejándolo todo cerrado tal y como estaba.
     Como había pensado aquella misma tarde, nadie sabría nunca que había estado allí...



No hay comentarios:

Publicar un comentario