Vivía una tejedora
dedicada a su pasión:
tejía días y horas
sin descanso o dilación.
Cada retal era una historia,
cada hilo una canción
que unía sin demora
las tramas de la acción.
Todas aquellas historias
salían de su corazón;
y le preguntaba, observadora,
su hija con emoción:
- ¿Qué cuento, qué memoria
tejes madre en esta ocasión?
- "Los hijos del carpintero" toca ahora,
escucha con atención.
Gran
maldición fue aquella que sufrieron los hijos del carpintero y que enseñaría
una valiosa lección a las generaciones futuras: la de la estrecha relación
entre envidias y soledades cuando nos dejamos arrastrar por alguna de ellas.
Era
el padre de estos gemelos muy hacendoso, talentoso y bienintencionado. Sus
trabajos eran muchos y su salud escasa, lo que le empujó a tomar la mala
decisión de emplear su valioso tiempo excediéndose en el trabajo para que, de
faltar él algún día, sus hijos pudiesen valerse de su ejemplo y sus ahorros en
lugar de poseer un puñado de recuerdos melancólicos y tristes compartidos con
él. El resultado fue que aquellos muchachos crecieron solos y se hicieron a sí
mismos en todos los sentidos, buenos y malos, que dicha expresión puede
albergar: Sacaron sus propias conclusiones de la vida, tomaron sus propias
filosofías y valores...
Llegó
el fatídico día en que su padre, ya postrado en cama, parecía no ser capaz de
aferrarse a la vida por más tiempo, por lo que les mandó llamar. Acudieron
ellos esperando despedirse y seguir con sus propias vidas independientes, con
sus carreras, con sus ambiciones, sin mirar atrás. Pero una sorpresa les
aguardaba en la mesita de noche: Dos cajitas de madera, de parecido tamaño y
dispar apariencia. La primera era la más grande y llamativa, delicada y
ostentosa, con piedras preciosas engarzadas y filigranas entrecruzadas por
doquier; la segunda era algo más pequeña y sencilla, pero igualmente bella, con
madera fuerte y robusta, relieves tallados y un barnizado exquisito.
Su
padre, rompiendo junto con el silencio la fascinación de sus hijos, les habló
así:
-
Hijos míos, mi hora ha llegado al fin. He de partir de este mundo y no es poco ya
lo que os dejo en posesiones, pero me gustaría añadir un último obsequio a
vuestra herencia. Mucho he rogado a Alma para que haga de vosotros hombres de
provecho y que nada os falte: ella me ha escuchado, hacedlo ahora vosotros.
>>Sabéis
que a través de mi estirpe descendéis de un hombre que en su día fue ermitaño,
parte de una orden dedicada al conocimiento y la sabiduría terrenal, y es esa
sabiduría terrenal heredada la que asumo en vosotros y a la que apelo ahora. En
mi mesita habéis observado ya dos cajas de madera con relieves artesanales que
ahora pasarán a vuestro cuidado. Ambas son a la vez muy diferentes pero
complementarias y por esta razón, al igual que vosotros, siempre deberían
permanecer unidas, bajo un mismo techo, bajo una misma posesión. Sé que no
puedo impedir que os repartáis todo mi patrimonio y lo espero, pero atended
bien: si habéis de partir caminos y repartiros las cajas, aseguraos de elegir
bien con cuál de ellas os quedaréis y bajo ningún concepto cometáis el error de
romper sus sellos y abrir lo que ha permanecido oculto durante tantos siglos.
Con
estas palabras los despidió y al marchar la luz de aquél día su espíritu se fue
con ella, dejando a sus hijos solos en la oscuridad del mundo.
Y
antes incluso de que llegara el alba, el primero de los hermanos, el más
avaricioso y deshonorable, ya pretendía desoír los deseos de su padre,
permitiendo que su codicia determinase qué caja quería poseer y qué haría con
ella. Con su progenitor aún de cuerpo presente y algo de calor aún habitando su
cuerpo, entró sin pudor en la habitación y cogió ansioso la caja ostentosa,
presumiendo que si tenía tantas riquezas en el exterior, el interior debía ser
aún más asombroso.
Rompió
el sello y la abrió sin dudar, y en ese mismo instante la maldad y la mala
fortuna salieron juntas de la mano buscando un nuevo recipiente y se alojaron
en su corazón, envenenándolo con su negrura.
El
muchacho maldijo. Maldijo a la caja y su contenido. Maldijo a su padre y todos
sus antepasados. Maldijo a todo y a todos, menos a sí mismo y a sus actos,
mientras su corazón se retorcía en su pecho como si una garra lo estrujase.
Y
entonces quiso reparar su mal desobedeciendo nuevamente, tornando su atención
hacia la caja humilde, arrancando su sello con manos temblorosas por la rabia y
el dolor, abriendo una propiedad que ya no le pertenecía, liberando a la bondad
y la buena fortuna esperando que equilibrasen el mal en su interior. Pero ellas
le rechazaron, pues las cajas eran complementarias, pero sus contenidos no eran
coexistentes, no podían habitar juntos en el mismo individuo, aquél regalo que
él había obviado y rechazado ahora pertenecía a su hermano. Y su envidia,
alimentada por la maldad, no lo pudo soportar.
Daga
en mano, se dirigió a la habitación de su hermano y se apoderó literalmente de
su corazón, asegurándose de que nunca volviese a despertar; privando a la
bondad y a la buena fortuna de su nuevo hogar y obligándolas a vagar sin rumbo,
entregadas al azar. Y ocultó el corazón sin vida en la caja humilde y la daga
ensangrentada en la caja ostentosa, enterrando la primera junto a su hermano y
huyendo con la segunda.
Pero
este crimen no podía quedar impune. Y quiso Alma, o el destino, o ambos, que no
fuese así, pues una maldición cayó sobre aquellas cajas por la cual, se dice,
la caja ostentosa sólo podría albergar cosas nocivas, cuya negra aura ahuyentará
a todo y a todos, condenando a su dueño a la riqueza en apariencia junto a la miseria
de la soledad; y la humilde sólo podría albergar cosas buenas, emitiendo un
aura tan pura y limpia que incendiará envidias y rencores, condenando a su
dueño a los peores peligros y amenazas de la enemistad.
Y
así comenzaron sus viajes por separado, de mano en mano, de dueño en dueño,
interviniendo silenciosas en los destinos de erlinos incautos, esperando
impasibles un posible reencuentro."
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