viernes, 27 de abril de 2018

#Lía: Una simple hormiga



   La puerta se cerró tras Lía con el mismo estruendo con el que su mundo se vino abajo. Un terremoto de emociones aceleraba su corazón y ensordecía sus oídos cansados de insolencias no solicitadas.
   Su portátil.
   ¿Dónde estaba su portátil?
   En la distancia sonaba un teléfono. En la calle, una sirena. El grifo de un vecino, la tele de otro. El zumbido de su propia nevera. En su memoria, los pasos sobre adoquines a sus espaldas.
   Internet. Tumblr. Nueva entrada.
   Sus ojos vieron el cursor parpadear...

   “No me lo puedo creer.
    No quiero creérmelo.
   No quiero creer que no pueda volver a casa, andar, caminar, poner un pie detrás de otro... ¿está prohibido por la ley? No. Entonces, ¿por qué no debería poder hacerlo sola y sin miedo? ¿Por qué no me dejan hacerlo?
   Si no vuelvo y me quedo con alguien, me puede atacar y será mi culpa por dormirme en su presencia. Si vuelvo sola, me pueden atacar y será mi culpa por volver sola a esas horas. Si pido a alguien que me acompañe, me puede atacar y será mi culpa por insinuarme a esa persona. Si cojo un taxi, el taxista me puede atacar y será mi culpa por haberme subido en él...
   Si paso al lado de un hombre y me mira, ¿qué hago? ¿Le miro para que sepa que me quedé con su cara? ¿No le miro para que no se sienta confrontado? ¿Me cambio de acera para ver si se le ocurre perder el interés? ¿Me quedo en la mía para que mi miedo no le divierta? ¿Le contesto para que se calle? ¿Me quedo callada para que se calle? ¿Me resisto para que no me fuerce? ¿Me dejo para que no me mate? ¿Izquierda o derecha? ¿Arriba o abajo? ¿A o b?
   ¿Hay alguna diferencia?
   Para él no.
   Para él, desde el momento en que sus ojos se posan en los míos, soy un objeto que utilizar y abusar, una presa a la que dar caza como sea. Ya no hablamos el mismo idioma, ya no importamos lo mismo. En el momento en que su orgullo y su instinto se miran a los ojos y se dicen “sí”, da igual si cada fibra de mi ser grita “no”, no me escuchará, no me oirá, ni siquiera se percatará de mis intentos de evitarle, porque mi opinión ya no importa, tan sólo sus deseos.
   Él es un niño caprichoso y muy malcriado. Yo, la hormiga que ha caído en su trampa. Da igual quién sea, da igual cómo sea, da igual lo que diga, da igual lo que haga, da igual hacia dónde me dirija… Todo da igual. Mi cuerpo será observado por una sonrisa babeante, mis patas serán arrancadas una a una, mi vida y mi dignidad aplastadas por la autoridad de un dedo inconsciente… o, en ocasiones, demasiado consciente y complacido.
   Pero yo sólo soy la simple hormiga.
   Y me haga lo que me haga, al resto del mundo le dará igual.
   Y no pasa nada.

   Lía envió aquel mensaje con los dedos aún temblorosos. Los mismos que aquella mañana temblaron al leer las noticias. Los mismos que minutos antes se habían aferrado a su bufanda tras el primer piropo. Los mismos cuyas uñas había mordido al oír los pasos que la seguían de cerca. Los mismos que habían agarrado las llaves como una navaja improvisada todo el resto del camino. Los mismos que habían empujado la puerta con prisa para que nadie se colase tras ella en el portal. Los mismos que habían frotado sus ojos para evitar llorar, por milésima vez, en el ascensor.
   Los mismos que escribían por ella las palabras que le gustaría gritar a más de uno a la cara. Estoy aquí, valgo tanto como tú. Este es mi mundo y tengo derecho a vivir tranquila en él.
   Esos mismos dedos, esas manos, esos brazos, esas piernas, esos pies...
   Esas patas de hormiga arrancadas con el mismo crujir de su sonrisa amarga, ese corazón cansado de suplicar que le permitan seguir existiendo, esa voz que no se callará más palabras, …
   Una persona entera que no descansará mientras le queden fuerzas para luchar por su vida y la de todes, mientras le queden fuerzas para seguir viviendo.

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