La puerta se cerró tras Lía con el mismo estruendo con el que
su mundo se vino abajo. Un terremoto de emociones aceleraba su corazón y
ensordecía sus oídos cansados de insolencias no solicitadas.
Su portátil.
¿Dónde estaba su portátil?
En la distancia sonaba un teléfono. En la calle, una sirena.
El grifo de un vecino, la tele de otro. El zumbido de su propia nevera. En su
memoria, los pasos sobre adoquines a sus espaldas.
Internet. Tumblr. Nueva entrada.
Sus ojos vieron el cursor parpadear...
“No me lo puedo creer.
No quiero
creérmelo.
No quiero
creer que no pueda volver a casa, andar, caminar, poner un pie detrás de
otro... ¿está prohibido por la ley? No. Entonces, ¿por qué no debería poder
hacerlo sola y sin miedo? ¿Por qué no me dejan hacerlo?
Si no
vuelvo y me quedo con alguien, me puede atacar y será mi culpa por dormirme en
su presencia. Si vuelvo sola, me pueden atacar y será mi culpa por volver sola
a esas horas. Si pido a alguien que me acompañe, me puede atacar y será mi
culpa por insinuarme a esa persona. Si cojo un taxi, el taxista me puede atacar
y será mi culpa por haberme subido en él...
Si paso
al lado de un hombre y me mira, ¿qué hago? ¿Le miro para que sepa que me quedé
con su cara? ¿No le miro para que no se sienta confrontado? ¿Me cambio de acera
para ver si se le ocurre perder el interés? ¿Me quedo en la mía para que mi
miedo no le divierta? ¿Le contesto para que se calle? ¿Me quedo callada para
que se calle? ¿Me resisto para que no me fuerce? ¿Me dejo para que no me mate? ¿Izquierda o derecha? ¿Arriba o abajo? ¿A o b?
¿Hay
alguna diferencia?
Para él
no.
Para él,
desde el momento en que sus ojos se posan en los míos, soy un objeto que
utilizar y abusar, una presa a la que dar caza como sea. Ya no hablamos el
mismo idioma, ya no importamos lo mismo. En el momento en que su orgullo y su
instinto se miran a los ojos y se dicen “sí”, da igual si cada fibra de mi ser grita “no”, no me escuchará, no me oirá, ni siquiera se percatará de mis intentos
de evitarle, porque mi opinión ya no
importa, tan sólo sus deseos.
Él es un
niño caprichoso y muy malcriado. Yo, la hormiga que ha caído en su trampa. Da
igual quién sea, da igual cómo sea, da igual lo que diga, da igual lo que haga,
da igual hacia dónde me dirija… Todo da igual. Mi cuerpo será observado por una
sonrisa babeante, mis patas serán arrancadas una a una, mi vida y mi dignidad
aplastadas por la autoridad de un dedo inconsciente… o, en ocasiones, demasiado
consciente y complacido.
Pero yo
sólo soy la simple hormiga.
Y me haga
lo que me haga, al resto del mundo le dará igual.
Y no pasa
nada.”
Lía envió aquel mensaje con los dedos aún temblorosos. Los
mismos que aquella mañana temblaron al leer las noticias. Los mismos que minutos
antes se habían aferrado a su bufanda tras el primer piropo. Los mismos cuyas uñas había mordido al oír los pasos que la
seguían de cerca. Los mismos que
habían agarrado las llaves como una navaja improvisada todo el resto del
camino. Los mismos que habían empujado la puerta con prisa para que nadie se
colase tras ella en el portal. Los mismos que habían frotado sus ojos para
evitar llorar, por milésima vez, en el ascensor.
Los mismos que escribían por ella las palabras que le gustaría
gritar a más de uno a la cara. Estoy
aquí, valgo tanto como tú. Este es mi mundo y tengo derecho a vivir tranquila
en él.
Esos mismos dedos, esas manos, esos brazos, esas piernas, esos
pies...
Esas patas de hormiga arrancadas con el mismo crujir de su
sonrisa amarga, ese corazón cansado de suplicar que le permitan seguir
existiendo, esa voz que no se callará más palabras, …
Una persona entera que no descansará mientras le queden
fuerzas para luchar por su vida y la de todes, mientras le queden fuerzas para seguir viviendo.
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