Una
tormenta de rayos, relámpagos y truenos, torturaba la negra noche con una
crueldad jamás imaginada, que aterrorizaba los sentidos y nublaba el
pensamiento, impidiendo así, cualquier sentimiento de seguridad, fuese fingido
o no. La tenue luz de las farolas, haciendo eco al clamor del cielo, se
asemejaba a una lejana llamada de socorro, de una persona que malgasta sus
últimas energías, sabiéndose sin suficiente fuerza y valor para resistir mucho
tiempo.
Pero,
apoyada contra un muro, Bennu, sólo podía llorar. Sus lágrimas cálidas y
transparentes, se confundían con las frías gotas caídas del cielo, sobre una
cara convertida en máscara griega de dolor y tragedia. El viento, tras desistir
en su empeño de apartar las nubes, intentaba arrastrar su cuerpo como a una de
las muchas hojas que abraza un roble, para después empujarlas al vacío cuando
llega el otoño.
Rota
de dolor, intentó avanzar unos pocos pasos, pero sus débiles piernas vacilaban
ante la poderosa fuerza de la gravedad, que reclamaba su cuerpo para sí. A
pesar de todo, intentó avanzar pegada a una pared de desgastados ladrillos que,
como el rígido bastón de un viejo, le daba el apoyo físico tan necesitado por
su cuerpo y anhelado por su espíritu. No se vislumbraba ningún alma humana, ni
rastro de ella, a lo largo y ancho de la avenida. Estaba sola...otra vez.
¿Por
qué, oh cruel destino, le habría sucedido tal desgracia? ¿Qué podía haber
causado la muerte cruel y traicionera de su único hijo? ¿Dónde estaría en ese
momento el despiadado verdugo de su sangre inocente? Eran tantos los
interrogantes sin resolver y tanta la presión y amargura acumulada en su corazón
que la pobre Bennu, sin intentar si quiera evitarlo, cayó de rodillas sobre el
frío cemento y comenzó a vomitar incontroladamente.
Entonces, un brillante rayo apareció
iluminando la escena con su efímera luz fantasmal, llenando también el corazón
de Bennu, pero con una luz bastante distinta que remueve las sombras del
espíritu y aviva la llama del dolor: La oscura luz de la venganza. Sus llorosos
ojos ardieron con un nuevo fuego, su mandíbula temblorosa se cerró de golpe con
un ruido sordo seguido de un espeluznante chirrido capaz de helar la sangre del
héroe más valiente y sus manos se crisparon sobre su cara con una nueva determinación
mientras la adrenalina corría por sus venas desafiando a la velocidad del
tiempo.
-
No...No...¡NO! -Gimió tratando de ponerse en pie- No puede ser...mi niño no...
Se
arrastró por el suelo con torpeza unos metros más, mientras pequeñas lágrimas ávidas de libertad, se
entremezclaban con la lluvia sobre su pálido rostro.
-
Pero esto no va a quedar así... ¡¿Me oyes?! -Gritó mirando a las estrellas,
damas mudas de la noche- ¡Seas quien seas y estés donde estés! -Aulló
desesperada.
Por
fin, tras varios intentos, trastabilló hasta ponerse en pie y, apoyada en un
viejo poste del final de la calle, miró con furia a la hermosa y misteriosa
luna que lucía casi llena, tenuemente iluminada entre las espesas y enfurecidas
nubes, antes de lanzar un último grito que hizo temblar la tierra mucho más que
cualquier trueno:
- ¡Te
encontraré! ¡Te juro que lo haré! ¡¡No descansaré hasta reducir a cenizas tu
cuerpo, tras haber manchado mis manos con tu sucia sangre!!
Y tras haber jurado vengar a su único
hijo, tras haber llorado su muerte, tras haber roto las cadenas que sujetaban
su furia y su rencor, el abatimiento pudo con ella y el dolor la inundó hasta
que no fue capaz de soportarlo más. Finalmente, bajo la atenta mirada de la
lúgubre luna, bajo el mudo asombro de las minúsculas estrellas, Bennu cayó de
nuevo al suelo y, tras saborear una vez más la dulce amargura de la lluvia
nocturna, perdió el sentido.
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