viernes, 13 de septiembre de 2013

Sobrevolando el infierno - Capítulo VI: ¡Te encontraré!


     Una tormenta de rayos, relámpagos y truenos, torturaba la negra noche con una crueldad jamás imaginada, que aterrorizaba los sentidos y nublaba el pensamiento, impidiendo así, cualquier sentimiento de seguridad, fuese fingido o no. La tenue luz de las farolas, haciendo eco al clamor del cielo, se asemejaba a una lejana llamada de socorro, de una persona que malgasta sus últimas energías, sabiéndose sin suficiente fuerza y valor para resistir mucho tiempo.
     Pero, apoyada contra un muro, Bennu, sólo podía llorar. Sus lágrimas cálidas y transparentes, se confundían con las frías gotas caídas del cielo, sobre una cara convertida en máscara griega de dolor y tragedia. El viento, tras desistir en su empeño de apartar las nubes, intentaba arrastrar su cuerpo como a una de las muchas hojas que abraza un roble, para después empujarlas al vacío cuando llega el otoño.
     Rota de dolor, intentó avanzar unos pocos pasos, pero sus débiles piernas vacilaban ante la poderosa fuerza de la gravedad, que reclamaba su cuerpo para sí. A pesar de todo, intentó avanzar pegada a una pared de desgastados ladrillos que, como el rígido bastón de un viejo, le daba el apoyo físico tan necesitado por su cuerpo y anhelado por su espíritu. No se vislumbraba ningún alma humana, ni rastro de ella, a lo largo y ancho de la avenida. Estaba sola...otra vez.
     ¿Por qué, oh cruel destino, le habría sucedido tal desgracia? ¿Qué podía haber causado la muerte cruel y traicionera de su único hijo? ¿Dónde estaría en ese momento el despiadado verdugo de su sangre inocente? Eran tantos los interrogantes sin resolver y tanta la presión y amargura acumulada en su corazón que la pobre Bennu, sin intentar si quiera evitarlo, cayó de rodillas sobre el frío cemento y comenzó a vomitar incontroladamente.
     Entonces, un brillante rayo apareció iluminando la escena con su efímera luz fantasmal, llenando también el corazón de Bennu, pero con una luz bastante distinta que remueve las sombras del espíritu y aviva la llama del dolor: La oscura luz de la venganza. Sus llorosos ojos ardieron con un nuevo fuego, su mandíbula temblorosa se cerró de golpe con un ruido sordo seguido de un espeluznante chirrido capaz de helar la sangre del héroe más valiente y sus manos se crisparon sobre su cara con una nueva determinación mientras la adrenalina corría por sus venas desafiando a la velocidad del tiempo.
     - No...No...¡NO! -Gimió tratando de ponerse en pie- No puede ser...mi niño no...
     Se arrastró por el suelo con torpeza unos metros más, mientras  pequeñas lágrimas ávidas de libertad, se entremezclaban con la lluvia sobre su pálido rostro.
      - Pero esto no va a quedar así... ¡¿Me oyes?! -Gritó mirando a las estrellas, damas mudas de la noche- ¡Seas quien seas y estés donde estés! -Aulló desesperada.
     Por fin, tras varios intentos, trastabilló hasta ponerse en pie y, apoyada en un viejo poste del final de la calle, miró con furia a la hermosa y misteriosa luna que lucía casi llena, tenuemente iluminada entre las espesas y enfurecidas nubes, antes de lanzar un último grito que hizo temblar la tierra mucho más que cualquier trueno:
     - ¡Te encontraré! ¡Te juro que lo haré! ¡¡No descansaré hasta reducir a cenizas tu cuerpo, tras haber manchado mis manos con tu sucia sangre!!
     Y tras haber jurado vengar a su único hijo, tras haber llorado su muerte, tras haber roto las cadenas que sujetaban su furia y su rencor, el abatimiento pudo con ella y el dolor la inundó hasta que no fue capaz de soportarlo más. Finalmente, bajo la atenta mirada de la lúgubre luna, bajo el mudo asombro de las minúsculas estrellas, Bennu cayó de nuevo al suelo y, tras saborear una vez más la dulce amargura de la lluvia nocturna, perdió el sentido.


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