La impenetrable noche del color del ébano
susurró palabras inquietantes en sus oídos, mientras ella se alejaba del coche
en busca del lugar exacto en el que la policía la esperaba.
No habían querido comunicarle el motivo,
pero la insistencia y la urgencia se reflejaban claramente en la voz del agente
y a Bennu no le gustaba discutir. Se había planteado no asistir y también había pensado en la probabilidad de que fuese
una broma de mal gusto, pero el aumento de la delincuencia en el último año
rozaba lo escandaloso y nunca se sabía...
Sumida en profundas reflexiones, dobló la
siguiente esquina con el corazón en un puño y la irracional idea de quien sabe
exactamente lo que le espera y se esfuerza a toda costa por negarlo y ocultarlo
en lo más recóndito de su mente.
Al ver las luces de varios coches de la
policía, apretó el paso temiéndose lo peor. Pero, aun así, no estaba para nada
preparada para lo que vio a continuación.
En el pavimento grisáceo de la calle,
oscurecido por las sombras de la noche, se difuminaba un pequeñísimo hilo de un
color vino intenso, allí donde se pararon sus pies. Bennu se quedó paralizada
un momento al darse cuenta de que aquello no debía estar allí, que aquello
estaba fuera de sitio, que no pertenecía a ese lugar.
Lentamente, alzó la vista, centímetro a
centímetro, milímetro a milímetro, siguiendo la delgada línea asemejada a un
hilo roto y perdido que conduce hacia un tapiz desgarrado. El hilo que, anudado
a la manilla de la puerta, puede ayudarte a encontrar dicha salida, o llevarte
en dirección contraria hasta el más profundo de los abismos. De repente, la
escena que su subconsciente ya había asimilado y ella se había esforzado en
evitar, cobró vida de forma aterradora ante sus escandalizados e incrédulos
ojos. Su demonio personal se alzó y arremetió en el fondo de su alma cantando
victoria y rompiendo las cadenas que mantenían sujetas su miedo, su rabia, su
pena, su dolor.
Ante el desconcierto de los oficiales allí
presentes, Bennu se lanzó sin pensar sobre el cuerpo allí yacente, se acurrucó
a su lado, temblorosa, y le acarició nerviosamente la cara mientras lo
estrechaba contra sí. No podía creérselo. No podía ser verdad, aunque ésta
estuviese ante sus ojos y la realidad le hubiese golpeado en la cara con la
fuerza de un mazo. La realidad no existe, la verdad es una gran mentira...
Y mientras dejaba que su mente se perdiese
en oscuros pensamientos y sus lágrimas corrían por su rostro al encuentro del
ser que acunaba en sus brazos, sus temblorosos labios se abrieron pronunciando
las únicas palabras que fueron capaces de hallar:
- Mi niño...
En ese mismo instante, un oscuro trueno
resonó en la noche, mientras comenzaban a caer las primeras gotas de unas nubes
quejumbrosas que querían mostrar así su dolor por tan enorme pérdida,
convirtiendo su llanto en eco del desamparo de una madre sin consuelo.
Como todo lo que he leído de Sara... Me gusta!!!
ResponderEliminarMuchas gracias!! Me alegro.
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