lunes, 2 de septiembre de 2013

Sobrevolando el infierno - Capítulo V: Mi niño.


     La impenetrable noche del color del ébano susurró palabras inquietantes en sus oídos, mientras ella se alejaba del coche en busca del lugar exacto en el que la policía la esperaba.
     No habían querido comunicarle el motivo, pero la insistencia y la urgencia se reflejaban claramente en la voz del agente y a Bennu no le gustaba discutir. Se había planteado no asistir y también  había pensado en la probabilidad de que fuese una broma de mal gusto, pero el aumento de la delincuencia en el último año rozaba lo escandaloso y nunca se sabía...
     Sumida en profundas reflexiones, dobló la siguiente esquina con el corazón en un puño y la irracional idea de quien sabe exactamente lo que le espera y se esfuerza a toda costa por negarlo y ocultarlo en lo más recóndito de su mente.
     Al ver las luces de varios coches de la policía, apretó el paso temiéndose lo peor. Pero, aun así, no estaba para nada preparada para lo que vio a continuación.
     En el pavimento grisáceo de la calle, oscurecido por las sombras de la noche, se difuminaba un pequeñísimo hilo de un color vino intenso, allí donde se pararon sus pies. Bennu se quedó paralizada un momento al darse cuenta de que aquello no debía estar allí, que aquello estaba fuera de sitio, que no pertenecía a ese lugar.
     Lentamente, alzó la vista, centímetro a centímetro, milímetro a milímetro, siguiendo la delgada línea asemejada a un hilo roto y perdido que conduce hacia un tapiz desgarrado. El hilo que, anudado a la manilla de la puerta, puede ayudarte a encontrar dicha salida, o llevarte en dirección contraria hasta el más profundo de los abismos. De repente, la escena que su subconsciente ya había asimilado y ella se había esforzado en evitar, cobró vida de forma aterradora ante sus escandalizados e incrédulos ojos. Su demonio personal se alzó y arremetió en el fondo de su alma cantando victoria y rompiendo las cadenas que mantenían sujetas su miedo, su rabia, su pena, su dolor.
   Ante el desconcierto de los oficiales allí presentes, Bennu se lanzó sin pensar sobre el cuerpo allí yacente, se acurrucó a su lado, temblorosa, y le acarició nerviosamente la cara mientras lo estrechaba contra sí. No podía creérselo. No podía ser verdad, aunque ésta estuviese ante sus ojos y la realidad le hubiese golpeado en la cara con la fuerza de un mazo. La realidad no existe, la verdad es una gran mentira...
     Y mientras dejaba que su mente se perdiese en oscuros pensamientos y sus lágrimas corrían por su rostro al encuentro del ser que acunaba en sus brazos, sus temblorosos labios se abrieron pronunciando las únicas palabras que fueron capaces de hallar:
     - Mi niño...
     En ese mismo instante, un oscuro trueno resonó en la noche, mientras comenzaban a caer las primeras gotas de unas nubes quejumbrosas que querían mostrar así su dolor por tan enorme pérdida, convirtiendo su llanto en eco del desamparo de una madre sin consuelo.


 

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