viernes, 4 de octubre de 2013

Sobrevolando el infierno - Capítulo VIII: Reunión improvisada.



     Alicia entró en la taberna y le pidió un par de cañas al minúsculo camarero. Echó un vistazo al sombrío local y eligió una mesa alta, vieja y desgastada, con sillas de metal muy oxidadas, apartada en una de las esquinas más oscuras del fondo. Algo le decía que los temas a tratar en aquella improvisada e informal reunión requerirían la mayor tranquilidad y soledad posible.
     Se sentó y esperó tamborileando impaciente con los dedos sobre la superficie de madera, brutalmente acuchillada en algunas zonas, mientras observaba cautelosa a los demás clientes.
     En la esquina opuesta a la suya, dos señoras que debían rondar los cincuenta pero que aparentaban muchos más años, ahogaban sus refunfuños en aguardiente de garrafón, agarrando el vaso con fuerza pero sin seguridad por los escandalosos temblores de sus manos. Sus bocas completamente desdentadas y ennegrecidas, sólo se dejaban entrever entre sorbo y sorbo para lanzar pequeñas pullas entre ellas contra alguno de los muchos males de su vida, y las cuencas hundidas de sus ojos miraban a la nada tras una cortina de lacio, estropajoso y exageradamente canoso pelo grasiento. No era una visión especialmente agradable.
     En la barra, varios hombres cuarentones solitarios, observaban boquiabiertos un partido de fútbol en la pantalla de un televisor como si les fuese la vida en ello, en completo silencio, interrumpiendo su quietud en contadas ocasiones a intervalos regulares y completamente automatizados, simplemente para mojar sus labios con las tristes cervezas que sostenían lánguidamente en sus manos.
     El camarero, con caminar taciturno y cabizbajo, recorría el espacio tras la barra de un extremo a otro una y otra vez, casi como si contase los pasos uno a uno, tratando de memorizar cada una de las líneas desgastadas y roñosas del viejo suelo de madera medio podrida, mientras estrujaba entre sus manos huesudas y enfermizas un trapo que, probablemente, en algún momento de su historia había sido blanco. Li comenzaba a sospechar que el pequeño hombrecillo se habría olvidado de las cañas cuando, de repente, levantó su cabeza, clavó su mirada vacía en ella y le dijo en un susurro apenas audible por el ruido del televisor:
     - Lo siento señora, lo más parecido que puedo ofrecerle a lo que me ha pedido son dos latas de cerveza sin alcohol... es lo único que me queda en estos momentos.
     - Está bien, no se preocupe... las cervezas servirán. -Dijo Li pensando en la suerte que supondría no tener que arriesgarse a utilizar un vaso de aquél sitio.
     Justamente en el momento en el que el camarero comenzó a alejarse de su mesa tras dejar las latas, la puerta volvió a abrirse dejando entrar la luz del exterior, cegadora en comparación con la del antro. Una figura se quedó parada en el umbral apenas unos segundos y, tras vacilar un instante, entró.
     La mujer se acercó hasta la mesa donde estaba sentada Li, se quitó el abrigo, el gorro y la bufanda y se sentó en una silla libre dejándose puestas unas enormes gafas de sol que ayudaban a su flequillo pelirrojo a ocultar el rostro.
     - Hola Bennu -dijo Li con preocupación- ¿Cómo estás?
     - Pues... bueno... -contestó Bennu con voz muy tenue quitándose por fin las enormes gafas de sol y dejando entrever unos ojos completamente hinchados y enrojecidos.- No muy bien...
     Li trató de ocultar su cara de sorpresa ante la visión de esa cara a la vez pálida y enrojecida, con ojeras muy marcadas y las mejillas aún húmedas por alguna lágrima que sus ojos de mirada apagada no pudieron retener.
     - ¡Oh, cielo! -le susurró Li al oído mientras la abrazaba con cuidado- ¿qué es exactamente lo que te pasa? Me tienes muy preocupada... ¿has vuelto a discutir con Mateo?
     En ese momento, fue como si Li hubiese pulsado un interruptor. Nada más oír el nombre de Mateo, Bennu comenzó a temblar violentamente y se puso a llorar, atrayendo momentáneamente las miradas de desagrado de las dos mujeres siniestras del otro lado de la sala. Los hombres, sin embargo, permanecieron todos atentos a la pantalla sin dar muestras de haberse percatado de la escena.
     En cuanto Bennu se hubo calmado lo suficiente como para al menos poder articular alguna palabra, Li la incorporó levemente y le obligó a mirarla a la cara pidiéndole con sus ojos que hablase.
     - Mi niño... -dijo Bennu entre balbuceos- mi niño no está...
     - ¿Cómo que no está?
     - No... la semana pasada discutimos... y se fue... se marchó de casa... y ahora ya no está...
     - ¿Pero cómo que se marchó? ¡Si es un niño! ¿No avisaste a la policía para que le buscasen?
     - Si, pero no podían hacer nada... -sollozó ella- estaba en su derecho de marcharse si quería... ya tenía dieciocho años... Pero me dijeron que lo buscarían igualmente y le recomendarían volver... pero que no podían obligarle...
     - ¿Y? ¿Sabes algo?
     - Si... lo encontraron ayer por la noche... ¡muerto!
     En ese punto, Bennu volvió a abrazarse a su amiga en un intento de controlar los fuertes temblores que dominaban su cuerpo. Li, por su parte, no podía creer que acabase de oír lo que había oído... no podía ser... ¿Mateo muerto? pero... si en el fondo sólo era un niño... ¿Tan malas eran las compañías con las que andaba? Li lamentó, de ser así, no haber prestado más atención a Bennu cuando ésta le contaba sus preocupaciones por el carácter solitario y melancólico de su hijo, su encerramiento en su propio mundo, su rechazo por acercarse a los demás jóvenes de su edad,... por las amistades que podría estar haciendo con personas bastante más mayores del barrio que en el fondo no le convenían... Li creía que no eran más que exageraciones de Bennu, una preocupación excesiva de una madre muy joven obsesionada por tener un hijo diferente; amable, responsable y educado, pero diferente al fin y al cabo. ¿Cómo no se había dado cuenta de que tras esa apariencia de hijo perfecto se escondía una vida de peligro que podría acabar en tragedia? ¿Por qué no había sido capaz tan sólo de escuchar a su amiga?
     - ¿Y la policía? ¿Qué te ha dicho?
     - No demasiado... -dijo Bennu con voz entrecortada- que seguirán investigando... y se llevaron el cuerpo...
     - ¿Y...? -comenzó Li sin saber muy bien cómo plantear la pregunta- ¿Y qué dice su padre?
     - ¿El padre de quién? -dijo Bennu sin saber muy bien a qué podía referirse su amiga.
      - Pues el padre de Mateo... tu ex-novio o ex-marido o lo que fuera... ¿ya se lo has contado? ¿O es que no piensas hacerlo?
      Bennu se separó un poco de Li y la miró, primero con extrañeza, después con comprensión y finalmente con culpabilidad.
     - Oh, Dios mío... soy una mala amiga... ¿Nunca te he contado... nada?
     - Si te refieres a tu vida antes de que nos conociéramos... no, creo que no. Nunca has hablado de eso conmigo, ni con nadie... de hecho ese es un comentario bastante extendido en lo que a ti se refiere. Nadie sabe nada de tu vida, sólo que tienes un hijo, nada más. Ni de dónde eres exactamente, si estuviste casada o no, de cómo tienes un hijo de dieciocho teniendo tú sólo treinta años... Eres algo así como la mujer misterio de la empresa -respondió Li con una leve sonrisa- hasta para mí, que te conozco bastante mejor que ninguna otra persona, sigues siendo un misterio.
     Bennu agachó levemente la cabeza intentando ordenar sus pensamientos. Entonces, la alzó de nuevo, cogió su cerveza, le dio un buen trago y dijo:
     - Si has terminado, vámonos... esto no es un tema para tratar aquí.

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