Vivía una tejedora
dedicada a su
pasión:
tejía días y horas
sin descanso o
dilación.
Cada retal era una
historia,
cada hilo una
canción
que unía sin
demora
las tramas de la
acción.
Todas aquellas
historias
salían de su
corazón;
y le preguntaba, observadora,
su hija con
emoción:
- ¿Qué cuento, qué
memoria
tejes madre en esta
ocasión?
- "Las seis hermanas" toca ahora,
escucha con atención.
Hace mucho, mucho tiempo, en una era
de guerras y confusión, la gente vivía infeliz y con miedo. Los ladrones
poblaban esta tierra y arrasaban los campos; los asesinos eran aclamados por
sus secuaces y se paseaban bajo la luz de Pronto, nuestra estrella; mientras, la
gente buena se escondía en las sombras, rezando a Alma en sus corazones.
Y Alma les escuchó.
Desde los cielos descendieron, como
estrellas fugaces en la noche, seis figuras desnudas cabalgando en un haz de
luz plateada. Su piel era más negra que un tizón y sus ojos y largos cabellos lucían
el verde oliva más intenso que nadie en esta tierra había visto jamás.
Las llamaron Las seis hermanas por sus rostros afeminados de doncellas jóvenes,
pero de la misma forma podrían haberlas llamado los seis hermanos, pues sus
cuerpos esbeltos no poseían ningún rasgo físico que pudiese identificarles como
lo uno o lo otro.
Nadie supo nunca de dónde venían ni
a dónde se fueron cuando nos dejaron. Sus corceles negros de crines plateadas
las habían traído en la oscuridad y a la oscuridad volvieron.
Los nombres por los que se dieron a
conocer fueron: An-Tot, An-Jor, An-Mut, An-Per, An-Nut y An-Geb; Las estrellas
de Alma.
A lomos de sus monturas, cabalgaron
el Continente de la Estrella y desterraron el mal al Continente de la Lágrima,
al que hoy llamamos Seteh. Con miradas de hielo y corazón de fuego, domaron el
espíritu salvaje y maldito de ladrones, asesinos, estafadores,... y todos
aquellos que pretendían hacernos mal deliberadamente.
Ellas fueron nuestra luz guía,
nuestra salvación primera. La llama bendita que infundió nuestros corazones de
valor y nuestras mentes de conocimiento.
Ellas crearon las seis Terrae con
sus seis Nubes, centro de nuestra organización como sociedad libre y pacífica,
y se convirtieron por ello en nuestras primeras seis gobernadoras. Ellas
eligieron e instruyeron a los primeros Ermitaños y ungieron a la primera Suma
Sacerdotisa de Alma.
Con su poder celestial, más allá de
nuestra comprensión, abrieron nuestros mundos a otros mundos, nuestras mentes a
otras mentes; nuestra vida y esperanzas se expandieron por el universo.
Cada una de ellas salía a cabalgar
entre los erlinos en un día distinto, razón por la cual, aún hoy, conocemos los
días de nuestra semana con sus nombres: Tot, Jor, Mut, Per, Nut y Geb.
Una vez sus enseñanzas pasaron a
formar parte de nuestras vidas de forma tan natural como respirar, su tiempo
entre nosotros llegó a su fin. Tomando rumbo hacia las Sagradas Islas del Olivo,
donde los Ermitaños aún moran, se despidieron allí por última vez y pidieron al líder entre los sabios que las acompañase hasta el final del camino, donde desaparecieron en la noche.
Un par de ojos verdes -se dice- fue lo último que el Primer Ermitaño vio, brillando en la oscuridad del bosque, y será lo primero que El Ermitaño vea, cuando sus espíritus regresen a nosotros.
Un par de ojos verdes -se dice- fue lo último que el Primer Ermitaño vio, brillando en la oscuridad del bosque, y será lo primero que El Ermitaño vea, cuando sus espíritus regresen a nosotros.
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